SEMILLERO
NARRATIVAS PERIODÍSTICAS
En Argentina el fútbol es rey y señor. Es una tierra llena de pasión donde se habla, se come, se respira “fúlbo” -como se le llama allí con cariño- en todas las calles, en todas las casas, en cada rincón y en cada corazón. Informe sobre cómo conciben las escuelas de formación en este deporte.
Por Sebastián Franco Pérez
El fútbol para Argentina no es sólo un deporte, una pasión o un rasgo irrenunciable de identidad nacional; también es una industria, un negocio multimillonario que mueve la economía casi tanto o más que otras como la agricultura o el turismo.
Y al hablar de “industria” hay que considerar de lo que la fundamenta: la materia prima, en este caso los jugadores que, de nuevo recurriendo al lugar común, resultan ser algunos de los mejores del mundo.
Argentina es el país con mayor número de jugadores federados inscritos, en proporción a su población total: casi el 2%.
Es de lejos el país que más exporta para el balompié internacional: según la AFA (Asociación de Fútbol Argentino) se encuentran diseminados por el mundo 1.354 jugadores en ligas tan diversas e importantes como la italiana, la española, la alemana, la francesa, la mexicana, y otras exóticas como las de Islas Maldivas, Israel, Nueva Zelanda, Bosnia o Moldavia.
Claro que cuando se habla de industrias se entiende que producir más no necesariamente significa mejor calidad. No es este el caso de los argentinos que juegan fútbol. Desde los días del legendario Alfredo Di Stéfano, pasando por Kempes, Batistuta, Ruggeri y el mismísimo Maradona, hasta los Riquelme, Ortega y, claro, por el impresionante fenómeno llamado Lionel Messi, es indiscutible que el rótulo de potencia se ha forjado a punta de goles, gambetas y buen espectáculo.
Surge la pregunta, natural para quienes venimos de países que se alegran con decorosas participaciones más que con títulos: ¿y ellos cómo hacen? ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros?
Parte de la respuesta ya está dada: tienen una pasión casi inscrita en su código genético, una historia (Maradona tenía razón cuando nos lo restregó en los días de la derrota 5 – 0 ante Colombia) y una industria.
Del potrero que se volvió escuela
En una visita a Buenos Aires quise indagar más por la respuesta, más allá de estos tres factores, y entonces me fui a buscar en las calles de la gran capital de dónde sale esa materia prima, a indagar cómo se forja el talento que hará vibrar a las generaciones del futuro.
Lo primero que me llamó la atención es que ya en la ciudad es casi imposible encontrar los potreros míticos donde se formaban las figuras del pasado. Se me señaló que ahora, como en toda industria, el fútbol gaucho se ha organizado creando toda una estructura compleja que sirve de caldo de cultivo para los Maradonas o los Messis del futuro. Este trabajo empieza desde los clubes y las escuelas de fútbol que abundan por todo el país.
Me dirigí a Palermo Alto, un barrio de clase media enclavado en el corazón de la capital, apenas a unas cuadras del lugar donde se jugó aquel mítico primer partido en 1867.
Allí está Las Heras, un lindo parque lleno de árboles y bancas de madera donde se pasean los perros de los vecinos mientras muchos comparten un mate al calor de animadas conversaciones (de las cuales seguramente el fútbol es uno de los temas predilectos) y que pasaría desapercibido de no ser porque allí, dominando gran parte del espacio disponible, se encuentra la Escuela Modelo de Fútbol y Deportes de Claudio Marangoni.
En las oficinas está Fernando “Nano” Pérez, supervisor académico de la escuela. El Profe, como todos le llaman, es alto, de pelo cano y con un cuerpo fuerte y musculoso, apenas natural para alguien que ha dedicado su vida al deporte. Con un apretón fuerte de manos y una sonrisa afable me da una cálida bienvenida, mientras se incorpora de su escritorio y me invita a que haga la ronda con él.
Del biberón a las gambetas
Nos dirigimos a las canchas, seis campos sintéticos de un verde majestuoso, en perfectas condiciones, separados por mallas unas de otras. En cada una se encuentra un profesor con su respectivo grupo. Varían en número y se les divide por edades.
Apenas pasar por el primer grupo no puedo ocultar mi extrañeza. Los jugadores que veo parecen bebitos, aún con ese tono rosado característico en la piel y miembros regordetes que corren tras balones casi más grandes que ellos.
Me explica: “Estos tienen dos y medio. Arrancan haciendo educación física infantil. Se hace a través del fútbol. Empiezan a llevar la pelota un poquito con la mano, después con el pie, en las direcciones que les pide el profe: utilizan recursos espaciales. El chico sabe que tiene que ir para un lado, para el otro”.
Hasta aquí tiene sentido: los pequeñines aún no juegan fútbol realmente, lo que se les propone es que se familiaricen con la bola, con el entorno, que puedan interactuar con sus pares en actividades colectivas.
Luego nos acercamos a unos más grandes, los de cuatro y cinco. Aquí ya empieza a parecerse más a fútbol-fútbol y no a simples movimientos de acondicionamiento físico, como con los bebés.
El primer gran indicio de la conciencia futbolera de los alumnos es la abundante diversidad de “remeras”, como les llaman a las camisetas. Viendo el primer síntoma importante de la pasión que va creciendo, se me ocurre preguntar por la motivación de los pequeños.
“Como verás, algunos llevan la camiseta del Barcelona, de Messi, la de River, la de Boca… La motivación viene también por la televisión: si el padre es de River o de Boca, al nene lo llevan a la cancha. Eso le inspira una inquietud, entonces para hacer lo mismo, los padres lo tienen que traer a una escuelita de fútbol o si no a algún club”, aclara el Profe.
La diversidad de camisetas no crea rivalidades, según mi anfitrión: “Ellos se respetan mucho, juegan el de River con el de Boca, cada uno tiene su gusto (alijen al otro si es bueno, en el momento de jugar un partido…). Fijate estos, son de 12 y 13: camisetas de Argentina, de Brasil, del Manchester United, tres de Boca, una de Banfield, una de Racing… Todos con las medias como los jugadores, con los botines correspondientes de última generación; por supuesto vendrá el folclor del fútbol, que perdieron, que les ganamos, pero no pasa de ahí. Ellos vienen y juegan, no hay discriminación entre hinchas”.
Noto además el tipo de trabajo diferenciado de estos grupos; mientras en una cancha algunos juegan un partido dirigidos por su profesor, otros hacen ejercicios más específicos. El Profe entonces lo desglosa:
“Hay un sistema de trabajo bastante bueno. Trabajamos por estaciones, con situaciones de partido. En cuatro estaciones, en 25 minutos pasan por las cuatro estaciones que se les da. Son situaciones de juego que se ensayan para que después en el partido les salgan bien. La primera parte de la clase es la técnica y después va el partido”.
Y continúa: “A los seis años saben qué es ser defensor derecho o izquierdo, saben que pueden subir los defensores y que tienen derecho pero también responsabilidad. Vos ya los ves parados: defensor derecho, izquierdo, atacante…”.
“Pero los dejamos jugar. No es que lo obligamos a pasar la pelota, pero siempre con derecho y con obligaciones. Cuando toca ser defensor, es defensor; después de la mitad de la hora, cambia, pasa a ser delantero y todos pasan también hasta por el arco. Les explicamos qué es ser arquero, cómo usar las manos, cómo pasarla. El defensor derecho, por ejemplo, sabe desde chiquitito que si hay un saque lateral, él es el que saca. Siempre con criterio, eso sí. Y vos ves, cuando allí hay un saque lateral, los demás no agarran la pelota, saben que es el defensor derecho el que va por ella”.
El orden es notable. El Profe incluso es capaz de anticipar lo que va a pasar, mientras vemos a un grupo: “Corre éste por la izquierda, no se va detrás de la pelota, ya ahí la para, el otro va por la derecha, está esperando, éste elude, elude, y ahora va a tirar un centro. Tira un centro y pegó en el palo”.
¿Y de los contratos qué?
Pregunto por la motivación de los chicos para asistir a la escuela. El Profe Nano me cuenta que es básicamente recreativo. Los niños vienen desde pequeños y hacen un proceso de fundamentación técnico-táctica adecuando a la edad.
La formación en valores también es importante: “Trabajamos en los chicos la formación personal, no pelear, no insultar, llevar una vida sana, una alimentación sana”.
Una vez cumplen 14 años, su ciclo en la escuela finaliza. ¿Y después qué? “El próximo paso sería, con toda la técnica que adquirió y vivenció durante su infancia, irse a probar a un club. Incluso puede ser antes. Puede ser Huracán, River, Boca, San Lorenzo, Racing, depende del gusto y la cercanía que puedan tener con ellos”.
Pregunto por la motivación económica de los padres y cuánto influye en el proceso. “Eso siempre está latente ahí, pero no se habla mucho. O sea, siempre quieren que el chico pueda progresar y ser un crack. También son realistas y saben que llegan pocos”.
“Los profes son jóvenes y son todos de educación física, vienen de cuatro
años de facultad y algunos están terminando sus estudios. El profe debe ser
un conjunto, no es que solo sepa jugar fútbol, sino que tenga mucha psicología”.
“Llevo 16 años en la empresa. Siempre trabajando en esto y en torno al
deporte. Trabajo aquí y en el Club Comunicaciones con orientación deportiva.
Es que acá en Argentina también tenemos colegios secundarios con orientación
deportiva. Porque no todos los chicos sirven para contador, periodista,
deportista, entonces se abrió más el campo de lo que era la secundaria.
Antes la secundaria tenía industrial, química, electrónica o comercial y
bachiller. Ahora tenemos nuevos títulos”.
Los grandes clubes la tienen clara. Además de sus divisiones menores -con
sedes que cuentan con las mismas ventajas de los equipos de primera-, tienen
colegios con orientación deportiva. Aquí aparece el aspecto industrial. Se
forman desde muy chicos no sólo jugadores sino preparadores físicos,
directores técnicos y todas las profesiones relacionadas con el deporte.
El fútbol no tiene horario, ni fecha en el calendario
Al final, algo llama mi atención. En el último campo, el más grande de todos,
se encuentra un grupo de adultos. Nano me explica que parte del trabajo integral
de la escuela incluye a los padres: “Trabajamos con ellos lunes y miércoles.
Ezequiel, uno de los profes, les da la parte física, y después la parte técnica:
cabeceo, pecho, pase, recepción, remates... El padre viene, se viste con ropa
deportiva y juega con el chico. Y el chico le muestra, le enseña lo que aprendió”.
Según me asegura Nano, este proceso no tiene edad, es normal que la gente de 60 y 70 y tantos se reúna en los “countries” o en los parques y practique deporte: “Se siguen poniendo su pantaloneta, su camiseta, sus botines, porque la motivación es que éste es un país futbolero, que le gusta, y esto para mí es un deporte que no… -se corta, mientras noto la emoción en sus palabras, que no le alcanzan para describir el sentimiento- …que es lo más lindo”.
Al fin y al cabo, es una pasión con la que se nace, se vive, y con la que se muere.
Con todo esto confirmo muchas de mis sospechas. Una, que el fútbol aquí es un sentimiento arraigado casi desde el vientre materno hasta la tumba. Otra, que nada del éxito internacional de los argentinos es gratuito. Se vive y se siente la pasión, pero también se trabaja arduamente, con orden e inteligencia. Finalmente, y esto es notable, que el deporte nacional es un factor cultural unificador importante.
Más allá de las divisiones sectarias de los clubes profesionales, en aquellos campos vi personas de todas las edades, sexos, condiciones sociales o económicas construyendo futuro, haciendo país, mirándose a los ojos con respeto y dignidad, y todo alrededor de la magia de un balón de fútbol.
Fútbol argentino: ¿y qué tienen esos pibes que nosotros no?
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